domingo, 30 de enero de 2011

Y la muerte también

Por Bulevar España, si venís del centro un cacho antes de llegar a Bulevar Artigas (la inteligencia espacial nunca fue una de mis virtudes[1]), hay un grafiti que dice “Ánimo compañeros que la vida puede más”. Sobre la autora, Victoria Díez (autora de la frase, supongo que no del grafiti, porque murió en Andalucía en 1936), pueden encontrarse, Wikipedia mediante, toda clase de detalles. No es mi intención, sin embargo, hacer una nota biográfica, sino más bien pensar en el sentido de esas palabras en la pared.

Decir que la vida “puede más” implica, ante todo, una comparación. Si puede más significa que hay otra cosa que puede menos. ¿La vida puede más que qué, o que quién? Lo lógico sería pensar que siempre que la vida se compara con algo es con su versión en negativo, con su rival de todas las horas (siempre quise decir “rival de todas las horas”, como no soy un periodista deportivo uruguayo y no puedo hablar en el informativo el día antes de un clásico, pensé que nunca iba a tener ocasión, pero acabo de encontrar una), con su antagonista de siempre: la muerte, que es también un sustantivo, común, abstracto y contable. Ahora bien, ¿la vida puede más que la muerte? ¿Se anima alguien a decirlo, así, sin dudar?

Los dichos populares, tanto como el sentido común del que son en parte herederos, dan para todo. En este caso, pueden ofrecernos, como es habitual, respuestas contradictorias. Así, si tomamos como hipótesis de partida que el que ríe último ríe mejor, entonces, a todas luces, la muerte gana por goleada. Por otra parte, si nos fiamos del mucho más criollo ¿quién me quita lo bailao?, parece claro que es la vida la que triunfa, y con razón, podría pensar uno, porque lo que nos define a las personas es lo que hacemos en vida más que cualquier otra cosa. Sin embargo, si me permiten quebrar una lanza por la parca, lo cierto es que los seres humanos compartimos la categoría de ser vivo con los demás animales y plantas. La categoría que es exclusivamente nuestra es, irónicamente, la de mortales.

Claro que Tupac (mi ovejero alemán que en este momento está protestando porque estoy escribiendo esto en lugar de darle de comer) se va a morir tanto como yo, pero nadie diría que es un mortal. Creo que la diferencia está en que, mientras Tupac vive y un día morirá, yo vivo, un día moriré y, además, mientras vivo, soy consciente de que un día moriré. Claro que no es algo en lo que me guste pensar, pero no puedo negar que estoy advertido.

Mario decía que “después de todo, la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, y es cierto. Pero no es menos verdadero, lamentablemente, que la vida es también una certeza de que habrá muerte. Creo que lo único que nos salva de esta dicotomía son los proyectos colectivos: ellos pueden vivir más y mejor que cualquier individualidad, y son capaces de generar cambios más profundos que cualquiera por sí solo. Y si hay una inmortalidad que vale la pena es la que nace de construir transformaciones justas en el mundo.



[1] Suelo tener moretones en brazos y piernas, y no precisamente por peleas (la defensa personal no es, como la inteligencia espacial, algo que domine), sino por llevarme por delante muebles y demás accidentes geográficos hogareños.

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